Me conocen como Carolina Méndez Valencia, por mi parte,
respondo a este nombre, pero también a unos cuantos más que los tengo bien
merecidos. Soy Julieta, la eterna enamorada,
llevo una Penélope dentro, esa paciente que siempre espera, he desatado guerras
imaginarias siendo Elena, hay noches que contienen los 100 años de soledad y es
cuando me vuelvo Úrsula, a veces tomo decisiones equivocadas, sí, también soy
Eva, otras en cambio, soy no más esa desconocida que circula por las calles y
que su máxima aspiración es oler flores.
Riberalta, fue el
pueblo (ahora ciudad) que me vio nacer. Me brindó sus calles cálidas y me
susurró sus anhelos de progreso. Tengo una familia grandiosa que hizo de mi
casa un universo, donde el impresionismo o el surrealismo eran cotidianidad.
Mis padres son seres tan extraños, es que hasta ahora termino de entender de
dónde sacan tanto amor.
Fui a una escuela
donde me enseñaron que hay que hacer grandes cosas, pero siempre hay que bajar
la cabeza para que Dios pueda bendecírtela.
Debo admitirlo, no
soy inmune a una sonrisa sincera, ni a una lágrima, ni a una canción de amor y
mucho menos lo soy, a unos pies descalzos.
Sobre lo que me
gusta (y me es necesario), puedo decir que la poesía es el azúcar que endulza
mi café matutino, la pintura un verso colorido, la costura el pasatiempo más
“aprovechatiempo” que tengo y pues, ser periodista es,… es ser un poquito heroína.
A lo largo de mi
vida, he conocido personas geniales, tanto como para sentirme la más afortunada
de todas. He caído, levantado, despeinado, reído, lastimado, bailado, viajado, soñado, volado y
lo volvería a hacer, pero pido como única condición, que no me cambien los
testigos. Sin ellos, probablemente el guión de mi vida, sería otro.
Termino esto, con
tres puntos suspensivos (aún no sé manejar bien eso de los puntos finales), voy
a ponerme una sonrisa y saldré a caminar, a buscar la continuación de esta
biografía…